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Santarosa frontera del tiempo


Varios años fueron necesarios para empezar a construir confianza entre la Fundación Nativa con Los kogi. Por fin llega la posibilidad de conocer Santarosa, se ha dado en medio de las acciones hechas a favor de la biodiversidad, en especial con la danta Tapirus terrestris colombianus y el árbol de guáimaro Brosimum alicastrum, (Bitcha y meiwa en lengua kogi respectivamente).

Paso a paso es la manera de entender la coherencia de esta comunidad prehispánica, que luego de la llegada de los españoles han seguido siendo testigos desde las alturas de la Sierra del antes y el después de la obra del hombre con pensamiento occidental, para que luego de cinco siglos de hegemonía se de cuenta del resultado y reaccione.

Es evidente que nosotros como “civilizados” representamos la coherencia dominante, la cartesiana, eso nos carga con el peso histórico frente a Los kogi. Lo primero es darnos cuenta de esta realidad y aceptarla, con esto liberamos la culpabilidad consciente o inconsciente para entender el significado de la palabra conciencia por parte de los que si saben de donde vienen y para donde van, a diferencia de nosotros que aún no lo sabemos.

En este contexto la puerta de la comunidad de Santarosa o (Sandalussa en kogi) se abre, aceptando la visita de la Fundación Nativa para corresponder a la reparación del camino central kogi de la cuenca de Rioancho que comunica Tungueka con Makotama, a principio de este año.

Esta oportunidad permite terminar el rodaje del film documental iniciado en Bogotá y protagonizado por el kogi Juan Nuevita, para lo cual el productor Santiago Soto, el videógrafo Daniel Valencia y yo iniciamos el largo trayecto. La primera parada desde Palomino La Guajira es el inicio del camino en el pueblo talanquera kogi de Tungueka, en donde el máma José Miguel Nuevita y familia nos espera en su casa, ya que él días a tras había presentado a esta comunidad el viaje de Nativa a Santarosa recibiendo la aceptación para pasar.

Fueron necesarios dos bueyes y una mula para el equipo de filmación y de campaña junto a la comida para siete personas por tres noches cuatro días. Viajamos Juan, su hermano Camilo, su nieta Catalina, el cuñado José María y nosotros tres que llegamos temprano a Tungueka luego de un viaje de 30mn en mototaxi especializado para un camino hecho un pedregal.

Los animales se cargan y el máma nos amarra en cada muñeca los brazaletes que son las aseguranzas que de una parte representan el testigo de la visa para entrar a la Nación kogi y también la garantía de un viaje seguro.

Avanzando paralelo al río ascendemos por el camino ancestral kogi durante seis horas, pasando por el trayecto reparado por Nativa a la altura del pueblo Yinkuámero, que se observa al otro lado del río, para llegar a la finca de Fermín, amigo de Nativa. Es evidente el cansancio de nosotros tres, por lo que decidimos pasar la noche en este lugar.

Temprano emprendemos el trayecto faltante. Con los pasos el paisaje cambia de una vegetación con árboles grandes a una de pastizales que forra las inmensas montañas de granito que se encumbran hasta las nubes dejando ver algunos parches de árboles en sus crestas y pliegues, únicos sitios donde se pueden agarrar para crecer.

Por el camino nos cruzamos con otros viajeros kogi, familias suben y bajan con diferentes destinos, todos nos saludan porque de antemano saben de nuestra presencia, saben de Nativa y en algunos casos la sonrisa se dibuja en todos porque nos reconocemos.

En uno de los arroyos del camino que escurren de las montañas de piedra tomamos un baño, al terminar y prepararnos para continuar es Cizo que llega con dos kogi más y con alegría nos saludamos, Juan cruza palabras con él y al final nos dice que podemos llegar a su casa en Santarosa y que desafortunadamente no puede ir con nosotros porque está comprometido en Yinkuámero para cantar en “la fiesta del toro” que cada año también celebra este pueblo y que inicia hoy. Agradecemos su hospitalidad y nos despedimos.

En un descanso del camino Juan me dice que desde la casa de Fermín hasta Santarosa no habita nadie, porqué antes ésta fue la franja de tierra que separó por muchos años a los kogi de la guerra y, cada vez que ven civilizados en este camino el recuerdo los asocia con hombres de muerte…

La fatiga es grande porque todo es subida, hasta que llega el momento que justifica el esfuerzo, divisar el puente más hermoso que he podido ver, la representación de una obra de arte onírica que funciona como desde siempre ha funcionado, sin ninguna seña de la modernidad, la representación de la más épica lucha de resistencia contra el mundo civilizado.

Superado el puente, llegamos a la portada de Santarosa que enmarca la frontera cultural mas resistente de todo el Caribe. Ingresando al pueblo Los kogi nos reciben y nos asignan la casa donde podemos instalarnos, entre tanto las autoridades se hacen presentes, el Comisario y un grupo de cuatro mámas nos invitan a la casa ceremonial para presentarnos y hacer saber nuevamente a todos los presentes el motivo de esta visita.

Conocidos se acercan para saludar y manifestar la aceptación de nuestra presencia, para lo cual anunciamos que en la noche presentaremos los audiovisuales y fotografías que hemos hecho de ellos para recordar lo vivido en la reparación del camino, la construcción e inauguración del pueblo Mongueka y otras películas kogi. La presentación de los audiovisuales son un éxito, los presentes disfrutan al ver su comunidad y recordar esos momentos, así transcurre la primera noche.

Al siguiente día Los kogi están dispuestos en colaborar con los planes de terminar el rodaje del documental y es así que Daniel puede hacer los planos que faltaban para terminar la historia que queremos contar.

Entrada la tarde nos damos cuenta que más kogi llegan, pues en los alrededores corrió la información sobre las presentaciones de las películas, siendo necesario repetir la función con total aceptación, destacando algo muy importante, la emoción que produce en ellos al ver que en algunas películas que hemos proyectado se pueden distinguir miembros de la comunidad que ya murieron.

Antes que el sol llegue al pueblo nos despertamos para preparar el regreso, nos despedimos de todos comenzando el camino a las 6:30 de la mañana, llegando a las 4 de la tarde a Tungueka donde las mototaxi esperan como lo planeado para llevarnos a Palomino.

Durante el trayecto no es posible para de pensar sobre el impacto de lo vivido, descubrir a tanta gente que sigue siendo fiel a sus creencias manteniendo las costumbres y encontrando en ellas lo necesario para dedicar la vida teniendo la posibilidad de compararla con el mundo civilizado y al final decidir que es mejor ser kogi, a pesar de no tener electricidad, ni cama, ni carreteras, ni mesa, ni escritura, ni dinero, ni hospital, ni cuarto de baño, ni zapatos, ni escuela, ni cepillo de dientes, ni armas, ni supermercado, ni mentiras, etc, y poder estar a la altura del presente, es sorprendente. Estar frente a gente que conoce su origen por las informaciones orales que han dejado sus ancestros, quiere decir que el contacto con el pasado no se ha roto y esto es increíblemente fuerte. Cómo no poner atención en sus métodos para confrontar las debilidades humanas que son las mismas para todos y aprender como encontrar el confort existencial que el mundo con toda la modernidad no lo ha podido encontrar.

Pude ver bebes y niños bellos, muchachos alegres, hogares sólidos, abuelos sabios, respeto mutuo, mujeres y hombres sin ninguna duda de su rol.

Los kogi son en sí mismos un privilegio de la humanidad, con el conocimiento tradicional suficiente para atravesar la historia de este continente siendo fieles a lo que saben.


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